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martes, 5 de octubre de 2010

Espirales de cemento.



Para quienes tenemos la suerte de vivir fuera de Santiago, hay lugares de la capital que nos sorprenden. Y no, no es por su moderna tecnología, ni por su diseño tan cosmopolita, es simplemente porque son HORROROSOS. La gente pasa a su lado y no los nota, pero están allí y seguramente aportan su cuota a las cifras de depresión todos los años. A veces estamos tan acostumbrados a esta basura visual que hasta la encontramos higiénica, ejemplo de ello son las señoras en las poblaciones que encementan completo el antejardín porque no les gusta "la tierra".
En este caso, más allá de lo antes dicho, me interesa contar una experiencia. Para visitar a un familiar debía bajarme en la nueva estación de metro, extensión de la línea 5, llamada "Gruta de Lourdes". Es una estación pequeña, ubicada en un barrio de la calle San Pablo. La estructura consta de 5 pisos bajo tierra. Para llegar a General Velazquez debí subir por un interminable tubo gris (No sé si la cerámica era de ese color o era el efecto de la luz) de paredes desnudas, sin siquiera un letrero publicitario que aportara color. Alrededor de las escaleras, en cada piso, había rincones que bien pudieran haberse utilizado comercialmente, con quioscos o stands que alivianaran un poco la claustrofobia de subir y subir escaleras. Esto podría ser una bonita galería comercial, si a alguien se le hubiese ocurrido no sólo aprovechar este espacio, sino abrirlo también poniendo los torniquetes en el -5, al entrar alos andenes y no en la entrada a nivel del suelo. No pude ver si habían cámaras, pero rogué por Dios que las hubiera porque en el -3 quedé completamente aislada y el lugar está lleno de vericuetos donde los malosos podrían hacer de las suyas tranquilamente. No me imagino corriendo 5 escaleras dobles detrás de un lanza.
Luego de esa asfixiante experiencia en el Metro, salí a la superficie buscando no sólo aire sino también luz y algo de color, lo que me impidió tal vez comprender el concepto que representa el cubo de vidrio con techo rojo que era la estación a nivel del suelo. Más bien me sentí en una pecera.
De ahi salir a General Velazquez (o como quiera que se llame a esa altura) es caminar una cuadra. En esa avenida te encuentras con otra maravilla del diseño: la autopista. No sé si a alguien se le habrá ocurrido pensar que una autopista tan moderna en medio de un barrio de casas antiguas, algunas incluso a medio derruir, podría ser algo, eh... chocante. Sin embargo, yo no soy arquitecto ni diseñador y al final, es cuestión de gustos. Mas hay algo que no me entra en la cabeza y que a mi modo de ver va más allá de los criterios técnicos y eso es que un bandejón  completamente encementado con dos bancas no puede ser llamado un "área verde". Incluso si le han instalado un macetero con una enredadera que algún día -creeremos- dará sombra. Y es cierto que yo estoy acostumbrada al pasto, los árboles y diversas clases de aves cantando, pero no se necesita vivir en el campo para saber que una área verde debería ser verde ¿o sí?
Lo único que me queda luego de haber huido del lugar recordando otros tantos en los que me invadió el mismo pánico, es pensar en lo bello que sería que los santiaguinos pudieran salir de sus casas y encontrar belleza, esa que es tan necesaria para que podamos ser felices.



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