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jueves, 18 de marzo de 2010

Anticoncepción vs providencia.




La verdad es que la religión es importante en mi vida diaria. Me ayuda a dimensionar y comprender las dimensiones de lo que significa el matrimonio y la familia. Sin embargo,  me llevó a un tema bastante desagradable y donde el mundo eclesiástico gana distancia de los fieles y esto es la anticoncepción. Según la doctrina de la Iglesia (Ver enc. Humanae Vitae) la anticoncepción va en contra de la procreación y del amor conyugal. Evidentemente desde su raíz la anti-concepción evita la procreación, sin embargo, evitar la procreación es para los creyentes una necesidad que la Iglesia no logra comprender, y con Iglesia me refiero en este caso al cuerpo eclesiástico.
El primer argumento refutado enla encíclica es la explosión demográfica, a la que califica como falsa. Tal vez esta idea era aceptable para 1968, fecha de la encíclica, ya no era tan aceptable para 1996. En base a esto los gobiernos han decidido abordar el tema con políticas de anticoncepción que según las proyecciones darán resultados hacia el 2050 con la estabilización de la población.
Pero más allá de las razones políticas, a mi modo de ver, la anticoncepción se hace necesaria para la vida conyugal en estos tiempos. Vida conyugal que, francamente, los obispos que apoyan esta encíclica, desconocen. No es la idea culpar a "los tiempos" de mi manera de ver las cosas, así que tomaré precisamente los dos argumentos esenciales de la encíclica como punto de partida a esta reflexión.

1. El amor conyugal.
Según la encíclica:
"Es, ante todo, un amor plenamente humano, es decir, sensible y espiritual al mismo tiempo. No es por tanto una simple efusión del instinto y del sentimiento sino que es también y principalmente un acto de la voluntad libre, destinado a mantenerse y a crecer mediante las alegrías y los dolores de la vida cotidiana, de forma que los esposos se conviertan en un solo corazón y en una sola alma y juntos alcancen su perfección humana. "
Aceptar este argumento sería asumir que cuando deseo tener relaciones sexuales con mi esposo y no tener hijos, lo hago sólo por una simple "efusión del instinto y del sentimiento". Esta visión simplista del sexo de la Iglesia no aporta realmente a la comprensión de la sexualidad humana, que es incluso, aunque de una manera mucho menos romántica, abordada por Sn Pablo cuando dice:"si no pueden contenerse, que se casen, pues es mejor casarse que abrasarse" (1 Co 7, 9).
La sexualidad en la vida conyugal no puede ser reducida a la procreación, porque significa, para el ser humano mucho más que una "efusión del instinto" o "perpetuación de la especie" para el ser humano la sexualidad está directamente relacionada con el desarrollo de la autoestima, la identidad y el afecto. Prueba de ello es que en una persona que ha sido abusada sexualmente no sólo se presentan disfunciones en su vida sexual, sino en su visión de sí mismo y en su vida social, familiar y en las proyecciones de vida. Para los cónyuges "hacer el amor" es un acto de afecto e intimidad en que se reconocen el uno al otro, haciendo un break de la vida diaria, volviendo a su dimensión de pareja. Para un matrimonio, es tan necesaria la dimensión familiar, es decir de "esposos y padres" como la dimensión de pareja donde somos "tú y yo, hombre y mujer", con desarrollo psíquico diferente y a veces no tan complementario. Parte de este desarrollo es determinado por la relación que tenemos con nuestro propio cuerpo, como demuestran las complicaciones relativas a la anorexia o la obesidad mórbida. El ejercicio de la sexualidad nos permite relacionarnos con nuestro propio cuerpo y con el de nuestro cónyuge, aumentando la percepción de intimidad, complicidad y donación, lo que permite el mismo fin que la Iglesia presenta en su argumentación, sólo que considerando el bienestar psicológico de los cónyuges, que permite el desarrollo de la perfección humana. Cabe recordar en este punto, que lo que hace distinto al ser humano del resto de los seres vivos no es la capacidad de procrear y llevar una familia, pues eso ya lo hacen una buena parte de los seres vivos.

2. La apertura a la transmisión de la vida.
"Respetar la naturaleza y la finalidad del acto matrimonial 11. Estos actos, con los cuales los esposos se unen en casta intimidad, y a través de los cuales se transmite la vida humana, son, como ha recordado el Concilio, "honestos y dignos" , y no cesan de ser legítimos si, por causas independientes de la voluntad de los cónyuges, se prevén infecundos, porque continúan ordenados a expresar y consolidar su unión. De hecho, como atestigua la experiencia, no se sigue una nueva vida de cada uno de los actos conyugales. Dios ha dispuesto con sabiduría leyes y ritmos naturales de fecundidad que por sí mismos distancian los nacimientos. La Iglesia, sin embargo, al exigir que los hombres observen las normas de la ley natural interpretada por su constante doctrina, enseña que cualquier acto matrimonial (quilibet matrimonii usus) debe quedar abierto a la transmisión de la vida. Inseparables los dos aspectos: Unión y procreación 12. Esta doctrina, muchas veces expuesta por el Magisterio, está fundada sobre la inseparable conexión que Dios ha querido y que el hombre no puede romper por propia iniciativa, entre los dos significados del acto conyugal: el significado unitivo y el significado procreador. (...) Salvaguardando ambos aspectos esenciales, unitivo y procreador, el acto conyugal conserva íntegro el sentido de amor mutuo y verdadero y su ordenación a la altísima vocación del hombre a la paternidad."

Este texto parece remitir al plan divino (en efecto el párrafo siguiente de la escíclica se refiere a ello) y a la providencia. Esa idea está reforzada con una visión fenomenológica de la sexualidad, en cuanto a que "Dios ha dispuesto con sabiduría leyes y ritmos naturales de fecundidad que por sí mismos distancian los nacimientos. " desde esta perspectiva de análisis, nada hay con respecto a las mujeres con ciclos menstruales irregulares, a las que tendríamos que considerar como "destinadas por el plan divino" a tener muchos hijos o a la continencia. Sin contar con que eso sería ser selectivo en la fenomenología del plan divino, tomando aquello que sirve a los fines de la doctrina y dejando de lado aquello que no, como el hecho de que las mentes brillantes de los médicos (al menos creaturas de Dios) hayan logrado resolver el problema que significa la natalidad para algunos matrimonios de menos recursos; y el hecho de que la sexualidad humana no sólo sirve a la reproducción y al amor, como es confirmado por la experiencia (Y con esto no me refiero a los abusos como la promiscuidad, sino por ejemplo al hecho de que es parte comprobada del desarrollo durante la pubertad la masturbación, como forma de autodescubrimiento y desarrollo de la identidad sexual).
Asímismo, se refiere a la transmisión de la vida, reducida al mero hecho biológico, cuando es la Iglesia misma la que ha defendido en otros casos que la vida no se puede reducir sólo a las funciones vitales. En efecto, hay matrimonios que no son capaces de darle una calidad mínima de vida a sus hijos por falta de oportunidades socioeconómicas adecuadas.
¿Es acaso, para la Iglesia, la vida el mero hecho de respirar y tener función cerebral? ¿Es posible eso considerando que Jesús, luz, verdad y vida, difícilmente tendrá función cerebral a la derecha del padre?
La respuesta obtenida de algunos sacerdotes con los que conversé el tema fue: "Hay que confiar en la providencia".
Bueno, que se puede esperar de alguien que no se casa  ni tiene hijos, además de contar con el empleo más seguro que se puede tener en todo el mundo. Qué providencia más selectiva. pero ese es otro tema. Para variar, la feligresía, los laicos, la parte más numerosa de la iglesia, estamos al final de la cola.

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