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Luego del terremoto en sí, el movimiento, los apagones y las fallas comunicacionales; luego del pánico y la histeria ante la posibilidad de que la tragedia se replique, se supone que viene la parte en que hacemos eso que evitamos toda nuestra vida, pero que en estos momentos límites es inevitable: un exámen de ese zancudo odioso que es la conciencia. Nos acercamos más a nuestros seres queridos, nos reconciliamos incluso con esos parientes inaguantables, nos acordamos de esos libros de autoayuda a los que les encontramos toda la razón pero que al final nunca llevamos a la práctica; Más allá aun, los que estamos emparejados, nos reencontramos con ese extraño que vivía con nosotros y que en el catastrófico presente nos parece más interesante (cuando no definitivamente aburrido y lo mandamos para la casa), aumentando en un porcentaje importante la natalidad para los meses siguientes. El hecho es que algo pasa con las situaciones límite, nos hace reflexionar sobre si esta vida que tenemos es la que queremos vivir, preguntarnos: si me hubiese caído un muro encima ¿hubiera muerto feliz?
Pero hay algunos que cuando se encuentran con el zancudo, sin piedad agarran el Raid y lo hacen desaparecer para siempre. Es el caso del reo fugado de Chillán durante el terremoto, que estando en el mejor momento del universo para cambiar su vida, perdiéndose en el anonimato que permite una catástrofe, decide asaltar un local y es detenido en Sn. carlos con la miserable suma de 50 lukas... en monedas.
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